martes, 22 de noviembre de 2011

UN REPIQUE DE CAMPANAS


Detalle del campanario de la torre de El Pedroso

El otro día era Septiembre y amaneció en El Pedroso fresquito y con nubes encapotando el cielo. Un fresquito mañanero que apetecía aprovechar ya que luego, más tarde, cuando “abre”, el calor aprieta y obliga a buscar sombra y refugio. Y para aprovecharlo nada mejor, ni más agradable y relajante, que disfrutar de un rato de lectura en el patio de la casa de mi madre rodeado de macetas y pájaros cantarines revoloteando de rama en rama.... del naranjo al limonero, de este al rosal y nuevamente al naranjo... en un frenético frenesí de idas y venidas, de vuelos y contravuelos, y todo ello enmarcado, al fondo, por el paisaje de la sierra que lucía algo apagada por la calina.
Estaba ensimismado en la lectura y en la contemplación de las correrías de los pájaros, cuando de pronto me percato  que repicaban las campanas de la torre, de hecho llevaban un buen rato haciéndolo, pero no había reparado en ello. Y no lo había hecho sencillamente porque emitían un sonido anodino, simple, básico, sin transmitir absolutamente nada. Sonaban como las campanas de cualquier iglesia o ermita de las muchas que hay repartidas por nuestra geografía; un sonido carente por completo de personalidad.
No se que le ha pasado a las campanas de mi pueblo. Ese toque único, ese sonido distinto, armonioso, melódico y rítmico de sus repiques ha desaparecido. Ya no son las mismas campanas. Desconozco si se han cambiado o se han reparado, si se han fundido de nuevo; insisto, lo desconozco, pero ya no suenan igual las campanas de mi pueblo.
Aquel repique de fiesta, de algarabía, de jubilo, (que a mi me resultaba muy parecido al de las campanas de la Giralda), era un repique que emocionaba y hacia erizar el vello, pero este sonido actual de las campanas de El Pedroso es como sonido “enlatado”, vulgar y carente de identidad alguna. De esta forma suenan millones de campanas.
Ya no son las campanas de El Pedroso. Ya no son aquellas campanas que se oían desde Navalostrillos, Las Porrillas o Cañajerrá (Cañada Herrada como dirían los pijos), anunciando los días festivos o los días de luto. Aquellas campanas no son las que hoy lanzan al aire su soniquete. Aquellas que anunciaron a los cuatro vientos de la sierra días de patrona, bodas, canto de misas de curas paisanos, aquellas que los chiquillos ansiábamos tocar, aquellas ( como las golondrinas de Bécquer), aquellas… jamás volverán a sonar.
Es otro poquito de pueblo que se nos va, un trozo de nuestro mundo que muere como lo hizo la rivera, la feria de septiembre, los paseos por la Plaza o la sentadita en el atrio. Otra seña de identidad perdida.

Aspecto general de la torre de El Pedroso